COMO SI TODO SE PUDIERA GUARDAR EN UNA CAJA
Harta de siempre escuchar la misma historia, quise cambiar. Ese día, mire a mi alrededor, cogí cajas, guarde todas aquellas cosas que hacían que me atara de alguna u otra forma a todo mi pasado, y lo encerré, puse una cinta aislante de color marrón, y lo amontoné en un rincón de mi armario, porque, en realidad, nunca me he podido deshacer de todo. Pero bueno, había dado el primer paso, quitarlo de la vista. Ahora todo estaba vacío, dispuesto a empezar de nuevo. Tan solo quedaban los muebles, la misma lámpara de luz amarilla la cual odiaba y seguía pensando que tenía que cambiar en cuanto fuera a la ferretería, y un pequeño ordenador portátil en un rincón, no porque lo utilizará en gran medida, ya que siempre había preferido un lápiz y un cuaderno, pero bueno, todo fuera por no quedar muy desfasada y parecer que seguía en el mundo.
Ese día, como tantos otros, hice lo que hace mucha gente en septiembre u octubre, bajar al gimnasio a apuntarme, puesto que si quería cambiar, aparte de toda mi casa y mi habitación, también tenía que cambiar mi aspecto. Así que, gimnasio, peluquería, un color negro azulado en el pelo, me despedí de las gafas y dije “hola” a las lentillas (que aunque las odiaba, formaban parte de mi proceso de transformación). Así sin más, y con poco dinero ya a mi disposición, me subí a casa, y comencé a dar un toque “chic” a mis camisetas, es decir, a destrozarla, a pegar cortes aquí y allá, a pintarlas, a mezclar, a hacer combinaciones extravagantes,…, y que luego dan como resultado la sensación de haberte cargado toda la ropa que había en el armario sin haber conseguido nada a cambio. Así que volvía a la misma frase a la que recurría siempre: “si es que no tengo nada en el armario, debería regalarlo todo” , pero claro después de mi ataque de “cambio radical” no quedaba nada sano para poder prestar, regalar o donar.
Así pues, con las mismas volví a tumbarme en la cama, a mirar el techo, a pensar que es lo que faltaba en mi vida, que es lo que sobraba, que debía hacer, que era lo que me impedía seguir hacia delante, y me di cuenta, que toda aquella caja que tenia escondida en el armario no era la piedra o la barrera que se imponía entre yo y mi futuro, sino que era yo misma, la que en cierta forma no quería avanzar, y si eso no lo superaba, daba igual el color del pelo, mi aspecto físico, o la decoración que tuviera a mi alrededor.
Todo esto para obtener como resultado: 3 horas en guardar cosas en una caja, 37 euros para pagar al gimnasio con un contrato de estar seis meses obligatoriamente, 40 euros en la peluquería, 100 euros en las lentillas, 150 euros en comprarme ropa nueva, otras 3 horas para sacar las cosas de la caja, y dos días más de depresión constante.
Aunque eso sí, una gran reflexión que por lo menos, me sirvió para tenerme ocupada un largo rato y unos días después….ya veis, como si todo se pudiera guardar en una caja.
7 comentarios
Lara -
Sil -
Es época de cambios, yo creo que va en la edad y que todos nos exigen que derepente seamos adultas cuando pocas veces no han tratado como tales...
Muak!!
Cain -
Lara -
Microalgo -
Y bueno, ¿qué tal le ha ido la vuelta alcurso acedémico? ¿O ya acabó la carrera?
Lara -
Sara -
;)
Pd. Lo de negro azulado es una licencia poética, ¿verdad?