INDEPENDIENTE HASTA LA MÉDULA
Me puse el sombrero negro, me tape bien el cuello con la bufanda y me coloque los guantes. Decidí salir aquella noche, porque no podía quedarme en casa, me parecía ver sombras en cada rincón y un chascar de muebles que me resultaba extraño y amenazador. Así que, pensé que lo más lógico era salir corriendo de aquel lugar que hasta ese momento, había constituido una parte importante de mi vida.
Allí crecí con mi familia. Tras la muerte de estos, mi nombre apareció en el testamento, así pues, me quedé con ella, hice algunos pequeños cambios para amoldarla más a mi estilo, ese estilo que consiste en vaciar estanterías y poner solo un adorno o dos a lo sumo, y es que, ver muchas cosas me agobiaba, tal vez por ello, mi vida, también estaba prácticamente vacía. Mi currículum tenía lo imprescindible, mis trabajos se podían contar con los dedos de la mano, mis relaciones eran escasas, mi cuenta corriente solía temblar cada vez que llegaban las facturas, y mi frigorífico solamente tenía un cartón de leche, algo de queso, y unos pocos yogures.
No tenía hijos, a pesar de que cada vez que me veía alguna vecina me preguntaba “Bueno guapísima ¿Para cuándo?”. No entendía nada este comportamiento, ¿a caso me metía yo en sus vidas?, ¿les preguntaba cuándo pensaban separarse de un marido que les pegaba?, o ¿cuándo iban a hacer caso a su hijo que pedía a gritos un poco de atención? No quería preguntas, o al menos no ese tipo de interrogatorios. ¿Tanto costaba hablar del tiempo? No comprendía porque esa conversación tenía que quedar relegada a los minutos de ascensor. A mí me gustaban esas interacciones vacías que no quedaban en nada, pero que servían para mantener una relación cordial y que además, me capacitaba para responder fácilmente sin mandar a la mierda a la persona que tenía en frente. Por cierto, siento si mi vocabulario puede ofender a alguien, aunque me defenderé diciendo que hay en ciertas ocasiones donde no encuentras palabras formales para describir los sentimientos de otra forma.
Puedo decir que no había conocido a nadie perfecto para mí, esa seguridad, esa confianza, esas mariposas en el estomago que dicen que se sienten, se me habían estado escapando toda mi vida. Y ahora, simplemente no las buscaba, me había acostumbrado a estar sola, a vivir entre las sombras de mi apartamento, a hablar de vez en cuando con el servicio al cliente de mi compañía telefónica. Algunos piensan que mi filosofía de vida está más relacionada con la inmadurez, pero no creo que sea así, incluso pensaría que están totalmente equivocados. Porque es más difícil mi forma de vida, tengo que luchar sin compañía contra las inclemencias que me prepara el tiempo, llegar a un salón vacio, no hablar con nadie cuando me levanto…sé que hay muchos que no lo aguantarían y en cambio, yo aquí sigo, como una roca en el lugar donde un día me colocaron.
Tal vez, resulte penoso todo esto o por lo menos, la forma en la que lo estoy contando, pero todo tiene una parte positiva, y por ello, me siento tan arraigada en ella. No tengo que dar cuenta de lo que hago, no me espera nadie, puedo desaparecer cuantas veces quiera, da igual si hoy llevo a un hombre a casa, da lo mismo si he bebido más de lo que hubiera sido conveniente, no pasa nada si decido tomarme un día de huelga y no hacer ni la cama, todo esto deja de tener importancia, porque resulta que ese lugar es solamente mío y puedo hacer con él todo lo que quiera. ¿Egoísta? No, tan sólo, independiente.
Por cierto, me llamo Lola. Un nombre tradicional, de toda la vida, y que mis padres me lo pusieron en honor a mi abuela.
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