ENTRE LA LUZ Y LAS SOMBRAS
Aquella noche todo parecía igual que las anteriores. La casa estaba en silencio y la única luz que existía en aquella habitación era la que se desprendía de una vela olor canela. No sabía muy bien por qué, pero siempre le había gustado refugiarse en esa luz tenue cuando caía la noche. Parecía como si todo lo malo no pudiera llegar hasta ella, como si todas las cosas terribles que veía a través de la televisión cuando observaba las noticias, no pudieran alcanzarla porque simplemente, estaba demasiado oscuro para dar con su pequeño rincón. Sin embargo, ella, nunca se perdería, porque conocía cada distancia, cada esquina, cada mueble…
Pero a pesar de toda esta cotidianidad, ese día le faltaba algo, echaba de menos a la persona con la que había compartido cada momento durante aquellos días de vacaciones. Es cierto, que cuando comenzó a aparecer por su casa, la espera a que llamara al timbre se le hacía eterna, y que cuando llegaba tenía que abrir su pequeña casita de papel a sus costumbres, a sus horarios, y sobre todo a sus marchas. Eso era lo más duro, decirle “hasta luego” cada vez que se marchaba por la mañana y volver a la rutina durante el día, aunque siempre le quedaba la esperanza de que al caer la noche el volvería a su lado.
Ahora, ya era de noche, y él no estaba allí, tampoco le esperaba, ni anhelaba a que en cualquier momento el timbre sonase, porque sabía que era imposible. Solo le quedaba esconderse en su luz, taparse con la manta y echarle de menos, porque en realidad, eso era lo que hacía cada vez que no estaba a su lado, echarle de menos, pensar en él, leer el libro que tan insistentemente le había recomendado e intentarle buscar en aquellos personajes ficticios que cobraban vida detrás de su rostro. Porque ella creía que si un libro te gusta es porque dentro de él, hay algo tuyo: una esperanza, un deseo, una aspiración, alguien que te hubiera gustado ser…y eso era lo que hacía, intentar escudriñar que era lo que a él le podría haber gustado, adivinar que sentía él cada vez que leía aquellos capítulos.
De esa forma, que a los demás le puede resultar tan tonta, ella se sentía que estaba a su lado, compartiendo aquellas aventuras que narraba Arya o Jon, pensando que hubiera dicho él cuando descubrió de quien era el verdadero hijo de la reina, o viendo al enano lo ingenioso que era y cómo siempre conseguía, a través de su intelecto, salir ileso de cada apuro.
No iba a venir. Esa noche dormiría sola entre sus sabanas, pero sin duda, sabía muy bien a quién iba a añorar siempre en ese pequeño rinconcito de sí en el que siempre le aguardaba a él.
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