EL HUECO MÁGICO
Un día de lluvia, estando en casa de mis abuelos jugando con pequeñas muñecas viejas, descubrí un pequeño hueco en el techo, como una ventanita. No sabía donde podía conducir, pero me atraía, me sentía intrigada por asomarme allí y descifrar los misterios que se podrían esconder.
Así pues, cada día que pasaba, buscaba una solución, intentaba hacer una gran torre con cajas para poder llegar, cogí una pequeña escalera que tenía mi abuela en la trastienda de la panadería, pero todos mis esfuerzos resultaban inútiles, pues yo era muy pequeña y ninguna de esas estrategias me servían.
Una mañana, mientras mi abuelo me llevaba de la mano al colegio, le pregunté que podía ser ese hueco que me había tenido en vilo tanto tiempo. El me miró sorprendido, no sabía de qué le estaba hablando y creyó firmemente que era mi imaginación, la imaginación de una niña de tan solo siete años, que vive en su mundo de princesas y de hadas. Por lo tanto, me quedé otra vez sin respuesta.
Cuando volví de clase, subí rápidamente las escaleras y observé el hueco. Allí estaba. No había desaparecido. Todo seguía como el primer día cuando lo vi, exceptuando que ya tenía una idea para poder introducirme en ese mundo. ¿Cuál era?, muy fácil, había invitado a mis amigos a casa a merendar, así que ya no estaba sola, estaba con ellos, todos mirando al techo con la boca abierta, como si hubiéramos descubierto un gran tesoro.
Nos pusimos en marcha en seguida, comenzamos cogiendo cajas de la tienda, que eran fuertes y resistentes y estábamos seguros de que podría aguantar nuestro peso y el de un elefante. Más tarde trajimos las cajas de plástico que mi abuela utilizaba para guardar mis juguetes y de esta forma habíamos construido una torre que era la llave para nuestra nueva aventura.
Subimos lentamente, Sara, Carlos, María, José y yo. Una vez arriba observamos que todo estaba cubierto de una cierta oscuridad que se iba despejando poco a poco por una ventana, que según mi padre se llamaba ojo de buey, aunque nunca había entendido el porqué de ese nombre.
No encontramos nada, estaba todo vacío, exceptuando una caja que se encontraba en el centro de la habitación. Nos acercamos cuidadosamente y la abrimos esperando descubrir piedras preciosas, monedas de un viejo pirata con un ojo tapado y la pata de palo, o un mapa que nos llevará a una isla alejada de nuestro pequeño pueblo. Pero en cambio, allí solo había periódicos, periódicos viejos, pero no hablaban de sucesos acontecidos, ni de la gente de Torrejón, hablaban de currículos, desarrollo, crecimiento, psicología, didáctica…un montón de palabras desconocidas para nosotros y que en aquel momento no tenían ningún valor.
Hoy, tras pasar los años, he vuelto a subir a ese mundo, a recuperar esas hojas de periódico, y a pensar sobre ellas, y a través de esta bitácora os quiero hacer llegar esas noticias que antes no tenían sentido para mi y que ahora, en el presente son una realidad palpable.
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