NO ESPERABA NADA DE ELLA
En un despacho, siempre desordenado, lleno de polvo, lleno de periódicos que marcaban los acontecimientos que iban ocurriendo cada día, el desorden, el caos, los papeles revueltos, el olvido en un gran edificio,…, era el escenario, donde se encerraba cada mañana nuestra protagonista.
De vez en cuando, el teléfono hacía un breve sonido, pero callaba tímido en cuanto se acercaba la mano a cogerlo. La música de fondo, era uno de los pequeños póster que se movía con el aire de la calefacción. Y las vistas, un gran árbol, con las ramas retorcidas haciendo creer que era una gran telaraña.
Los despachos de su alrededor se mantenían vacíos, sin vida, era como si hubiera llegado el invierno y las personas hubieran emigrado al igual que las aves a países del sur, aunque con esto del cambio climático, no les había hecho falta irse tan lejos, simplemente, se habían mudado de planta.
Las visitas eran escasas, tan sólo dos o tres personas que pasaban preguntando algo que no tenía nada que ver con su trabajo, simplemente eran viandantes que habían perdido su rumbo, que se habían extraviado en el inmenso edificio y que llegaban a su despacho con la simple esperanza de que hubiera alguien con un mapa que les dijera: ¡Oh, claro!, gire a la derecha, luego a la izquierda, baje unas escaleras, luego a la derecha, allí encontrara un pasillo, pero no le haga caso, así que siga recto y….- el caso, es que nuestra protagonista en un inicio lo hacía, pero poco a poco fue olvidando el mapa en su cabeza para no tener que repetir siempre lo mismo, y ya solo ponía una sonrisa y decía: “ ¡Uy! Pues ahora mismo…déjeme que piense….no, no me suena, lo siento- y volvía a cerrar la puerta para meterse de lleno en la soledad de su oficina.
Se fue acostumbrando, ya no la importaba mirar las agujas del reloj, no la importaba no ver a nadie cuando llegaba, ni echaba de menos las historias, la hora del café, los momentos de descanso…porque aquel lugar había llegado a convertirse en su casa, podía ser ella misma, su silla reclinable, su mesa con un pequeño papel en una de las patas para que no cojeara, las estanterías con sus libros, el cajón de la despensa…pensaba que la compañía estaba sobrevalorada, y que la soledad parecía una palabra fea, sin vida, que todo el mundo despreciaba, en cambio a ella, le parecía una gran camarada, porque la ayudaba a pensar, a imaginar, a descubrir y a inventar historias.
La soledad no la juzgaba, no esperaba nada de ella, no la recriminaba si llegaba tarde, porque ella estaría siempre allí para aguardarla. La soledad vivía a su lado, la esperaba, ponía buena cara cuando cruzaba el umbral de la puerta, la recogía con sus brazos abiertos y la abrazaba para que estuviera cómoda. Siempre la dejaba hablar, contar despacio y detalladamente cada momento del día, la permitía ciertos privilegios que los demás luchaban por arrebatárselos, así pues, ella no podía hacer nada, tan sólo se dejaba caer.
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