MOMENTOS INOLVIDABLES
Sentada en la cama. No tenía ganas. Estaba cansada de llevar siempre la misma rutina, veía como mi pareja cada vez se volvía más gris, más como el resto de la gente. Ya no veía esa aura, el algo especial que un día me llevo hasta él. Y recordé entonces la frase de una película de Audrey que decía algo como que, las parejas son las únicas que pueden estar sentadas al lado y en cambio no decir nada.
Rememoro la noche anterior, la hora del desayuno de hace dos días, la semana pasada, y me doy cuenta de que nuestros diálogos siguen un mero patrón. Primero era un qué tal el día, en el que cada uno, relatamos una serie de sucesos que nos habían ocurrido para más tarde decir ¿y tú? Al principio pensaba que con eso valía, no era necesario conocer todos los detalles de lo que había hecho o había pasado. Pero después me di cuenta de que quería más. Quería risas, momentos inolvidables, aquellos en los que todavía me encerraba para descubrir cuanto le quería. Momentos en los que cerraba los ojos y los tenía presentes: cenando en Paris, andando por las calles de Venecia, ese picnic en el campo, la cena a la luz de las velas que preparó para darme una sorpresa el día que me despidieron… todos y cada uno de ellos habían pasado hace dos o tres años, la verdad me era difícil concretarlo, pero cada uno estaba gravado en mi memoria de una forma impenetrable.
Tal vez, siempre pase esto en una pareja, pero ¿y yo? ¿Lo voy a dejar pasar? ¿Me voy a conformar? Cada vez veo una distancia mayor entre los dos, noto como nos vamos alejando, como ya no le importo como antes. Hace meses que no recibo un mensaje diciéndome que me quiere, hace mucho tiempo no me propone ningún plan divertido que podamos compartir, hace años que no tengo momentos inolvidables, pero ¿a caso me valen los que tengo para poder aguantar algo más a su lado? Ya no sé si le quiero, o es la fatal rutina la que me empuja a estar ahí, a dormir con él cada noche, a compartir un piso con una persona que no conozco, pero que reconozco sus costumbres en cada una de las esquinas.
“Lánzate” me digo, “no tengas miedo”. Y entonces, sin pensármelo dos veces, lleno la maleta con algo de ropa, cojo mi cepillo de dientes, y pienso que lo que dejo allí no me pertenece, o por lo menos, no ahora. No quiero rastros de lo que fue, porque solo me gustaría que siguiera siendo. Así que, cierro la puerta y le dejo la llave en el buzón. Ya no es mi casa, ya no es mi pareja, ya no es mi acompañante en este transcurrir.
El frio toca mi cara cuando salgo a la calle. Una lágrima recorre mi mejilla. Comienza mi viaje hacía momentos inolvidables.
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