ESTÚPIDO SOMBRERO...
“¡Oh, no! ¡Mi sombrero!” Salió volando por el camino como si alguien lo hubiera atrapado con una caña de pescar y estuviera tirando con todas sus fuerzas. Yo, por otra parte, daba grandes pasos detrás de él, pero me resultaba imposible agarrarlo. Pareciera que estuviera jugando conmigo, puesto que cada vez que me agachaba para ponerle las manos encima, volvía a volar.
“¡Ya está bien! ¡Para ya! ¡Eres un sombrero estúpido! ¡Deja de correr!”. Era increíble, no me oía, por más que gritaba, por más que le hacía gestos y le mostraba mi enfado no se detuvo ni un instante. Es como si por un momento, hubiera cobrado vida y se hubiera revelado porque tan solo le saco en verano, pero ¿qué quiere que haga? Los sombreros como él no están preparados para la lluvia, nunca han sabido mantenerse en la cabeza cuando llegaban los fuertes vientos, así pues, ¿qué más podía hacer, más que tenerle guardado en una cajita solo para sombreros, con un aparatito de esos antipolillas?
Una vez me amenazó, me dijo que ya no me aguantaba mucho tiempo, que quería respirar cada día, vivir cada minuto, y salir a pasear por las calles dando igual que estación fuera. Yo me quedé con cara de sorpresa “¡Esta loco! ¿Acaso pretende el suicidio?” pensé mientras le observaba al decirme todo aquello.
Cuando ya habíamos llegado casi al pueblo, se detuvo en un árbol, sin embargo la rama era muy alta y yo seguía sin poder alcanzarle. “Perdona, tal vez, no te he escuchado. Tal vez, no tuve en cuenta tus deseos. A lo mejor, me equivoque al guardarte en una caja todo este tiempo. Pero comprende, que era por tu bien, para que no te pasara nada, no sabía que en realidad, te estuviera haciendo más daño que si te hubiera permitido salir de allí”. Le dije con un tono vago, avergonzada por tener que llegar a ese extremo, y observar que nunca le había sabido escuchar y comprender.
“No pasa nada, ya todo ha acabado. En cambio, me alegra que te hayas dado cuenta, eso me reconforta y lo valoro mucho, porque has sabido reconocer tu error. Pero al igual te digo, que yo también quiero hacer eso, cometer mis errores, tener la libertad para poder tropezar una y otra vez. Cuando llegue el invierno, seguiré aquí. No sé si me destruirá una gran lluvia, o un huracán, pero por lo menos lo habré vivido. Gracias por este tiempo de tu compañía, y esos veranos maravillosos que he compartido contigo, los guardaré siempre en mi memoria”. Mi sombrero, ya esta, eso era todo, me pidió que me fuera sin llorar y que guardará también los grandes momentos. Yo me aleje despacio, mirando el suelo y casi llorando, perdía algo que había sido mío, aunque, sin embargo nunca me perteneció.
Al cabo de mucho tiempo, cuando regresé al pueblo, me acordé de él y volví a aquel árbol. De lejos me pareció verle, pero lo que me di cuenta, es que había muchos más, todos los sombreros reivindicalistas, todos los que se habían opuesto alguna vez a llevar su vida monótona en el armario se habían concentrado allí. A algunos les faltaba el lazo decorativo, a otros, les habían salido agujeros, y muchos habían perdido su color, pero habían formado muchas familias, puesto que en ellos, se alojaba una especie rara de ave con hermosos colores, verdes, amarillos, rojos,…, daba igual que fuera invierno o verano, porque como se suele decir había calor de hogar. Ya eran una familia. Se habían independizado.
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Cain -
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