EL PASADO ES MI FUTURO
Salimos pronto aquella mañana, serían a penas las seis de la madrugada. ¿A dónde íbamos? Se suponía que a una bonita ciudad, en la que tendríamos una casa muy grande, un bonito jardín y donde mi padre cobraría más dinero por tener un trabajo mejor.
A mi no me habían consultado a la hora de tomar esta decisión, pero si lo hubieran hecho, me hubiera negado rotundamente a marcharme de aquel lugar. Allí había pasado mi infancia, había jugado con Dino, el perro de mi vecina, me había escapado de casa los sábados por la tarde para buscar palulu, había aprendido a montar en bici, allí me habían dado el primer beso y todo lo que podía rememorar, eran buenos y agradables recuerdos. Y estaba empeñada a no dejar que ninguno de ellos se escapara de mi memoria. Eran parte de mi y yo en cierta manera también de ellos.
Sabía que las vecinas, que mis amigas y mi familia me iban a estar recordando, por eso, tal vez en cierta manera me sentía ligada a ese lugar.
Mirando por la ventanilla del coche, observaba cada casita, cada monte, cada árbol, todas esas cosas que encontraría en mi camino cuando volviera. Era mi hogar, de eso no había duda. Era el sitio donde había nacido, aunque era mucho más, porque conocía cada rincón, todos los escondites, todos los lugares que mis pies y mis ojos habían visitado desde que nací.
Tal vez, fuera miedo a lo desconocido, lo que también me hacía que me quisiera refugiar de donde venía.
No siempre estamos preparados o dispuestos a formar de nuevo nuestro ser. Y más aún, cuando el pasado esta lleno de felicidad.
Al poco tiempo, vi aquel cartel: “Bienvenidos a la comunidad de Madrid”. Mi nuevo destino, mi nueva casa, todo estaba allí y a la vez sentía que no había nada.
Poco a poco, me fui haciendo amigos, podía andar por mi casa con la luz apagada sin tropezarme y a saber ir más allá del supermercado de debajo de mi casa sin perderme.
Pero no era yo completamente, o al menos era distinta, creía que todavía me faltaba algo. Era impresionante y casi indescriptible la nostalgia que sentía, nadie, exceptuando la persona que viene de fuera puede sentir algo igual.
Ahora a los setenta y cuatro años de edad, después de tener tres hijos y ocho nietos he vuelto a mi hogar, a mis raíces. He vuelto a oler el jazmín por las mañanas. Ya no escucho el ruido de los motores de los coches por la noche, no tengo que correr para poder cruzar una carretera pensando que el muñequito verde ya parpadea. Ahora soy yo, no me estoy intentando acostumbrar a ningún acento, a ningún horario, porque estoy acostumbrada a este lugar, a la esencia que lo envuelve, y a este cielo que parece diferente visto desde aquí abajo.
Así pues, definir que es el hogar, es como dice un escritor que leí, hace recientemente poco, “el hogar es donde esta el corazón” (Madan Sarup). Y el mío esta claro que lo deje enterrado aquí.
En mi carné de identidad solo aparece este lugar, puede que durante un tiempo se me relacionara con otra persona, en otro contexto, pero no era yo realmente, era una construcción. Una identidad formada, un papel que desempeñaba. ¿Mis pensamientos? Los mismos. Pero mis sentimientos semejaban a un globo, que a veces volaban buscando aquello que añoraba.
Echando la vista atrás, y analizando mi vida en Madrid, diré que también la guardo en mi mente porque efectúe un nuevo comienzo, porque conocí a gente que me trato con respeto, y porque entre sus calles conocí al amor de mi vida que ahora descansa allí. Así es como te ligas a un lugar sin apenas querer, pero la vida pasa y nos vamos amoldando e intentando vivir en ella, haciendo nuestro, lo que en realidad sentimos que no nos pertenece, es decir, rehaciéndonos cada día.
Ahora, puedo concluir que tampoco soy la muchacha que se fue a los 17 años, si no que soy otra persona, una mezcla de culturas de diferentes lugares.
Es curioso como un cachito de tierra y todo lo que ella encierra, nos pueda decir que somos.
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