MIS MASCOTAS INVENTADAS
Comencé dibujando un pequeño círculo, del que salieron dos pequeños palitos, que en un futuro serían las patitas. Al no saber hacer pies decidí dibujar en cada palito unas tres rayitas, esos serían los deditos. En la parte superior del círculo, aunque un poco desplazado del eje vertical coloque otra circunferencia y dentro de esta otra más. Y para terminar un pequeño triángulo en el lado izquierdo.
A partir de ahí tuve una nueva mascota, esta era mía, yo la había creado, le había dado vida, ahora me quedaba colorearla, impregnarla de mi propio estilo. No quería un cachorro, ni que mi padre me llevará a la tienda de animales y me hiciera elegir, porque mis mascotas eran mucho más que eso, tenían diversos colores, algunos tenían fuertes garras y plumas por el cuerpo, otros tenían unos pequeños picos y unas patitas muy muy largas. Pero sobre todo, ellos tenían poderes especiales, y ¡podían hablar conmigo! Nos comunicábamos en un idioma extraño, en nameliano, no era muy común, y por más que se lo intentaba mostrar a mis padres, ellos siempre me decían que dejará de inventar palabras y atendiera más a lo que nos enseñaba la profesora Marga en el aula.
No entendían que no podía vivir en ese mundo donde cada día era igual, no me gustaba estar encerrada entre cuatro paredes, y prefería huir de allí en cuanto tenía una mínima posibilidad.
Una mañana al levantarme, vi a Spit asomado a mi ventana. Tenía un cuello muy largo, y unas antenas muy pequeñas, su boca era grande y parecida a la de los patos, su patas cortas pero atléticas, sus alas parecían más las de un gran águila, aunque lo que más me llamaba la atención era esa hermosa cola como la de un pavo real, toda llena de colorines, así como una gran alfombra árabe.
Vi que me hizo un movimiento, me invitaba a subir a su lomo ¿Dónde iríamos hoy? ¿A qué extraño país me llevaría? Vacié la mochila que tenía para ir al colegio. Metí una sudadera, una botella de agua, algo de alpiste para Spit, y un paquete de galletas porque todavía no había desayunado y ya empezaba a notar el agujero en el estomago.
Salí corriendo sin que mis padres se enteraran, aunque a partir de aquí, nadie se imagina todas las cosas que descubrí, todos los mundos que visité y todas las aventures por las que pasé. Sin embargo, espero contároslas algún día. Aunque ahora con mis setenta años de edad necesito descansar.
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