¿SI CAMBIASEN LOS PAPELES?
Como todas las mañanas sonó mi despertador a las ocho y media de la mañana, poco a poco y despegándome la pereza del cuerpo fui poniéndome en pie. Me fui rápidamente a lavarme la cara y más tarde desayune un vaso de leche con un pedazo de bizcocho que me había preparado mi madre la noche anterior.
Al asomarme al armario me golpeaba mi gran duda, ¿qué me pongo?, tenía siete pantalones todos vaqueros, negros, rojos, azules, de pitillo, de campana, que se iban modificando según la moda que se marcaba cada año.
Luego rápidamente volví al baño para peinarme, y cogiendo la carpeta salí rápidamente de casa. Así iba yo, mi mochila, mis vaqueros y mi jersey nuevo que me había comprado para el primer día de clase.
Según iba llegando al colegio reflexionaba sobre como finalizaría mi primer día, si habría hecho muchos amigos, si mi profesor sería agradable, y tantas otras cosas que se agolpaban en mi cabeza sin terminar de dar una respuesta a cada una de ellas.
Al abrir la puerta del aula, me quede bloqueada, no sabía bien donde estaba, que colegio era aquel que habían escogido mis padres para mi. No había nadie como yo, todos se volvieron a mirarme sorprendidos de la piel tan blanca que tenia, la ropa, el peinado…
Me sentí pequeña, el profesor me dijo que entrará sin vergüenza. Pero yo no sabia muy bien que hacer, no sabia si sentarme, quedarme en una esquina de pie, por que el ambiente allí era distendido, todos estaban ablando, pero no sentados en sus pupitres sino encima de la mesa, en el suelo, todos parecían tan contentos, y yo tan perdida. Me habían sacado de mi sitio, de mis costumbres y lo único que quería era volver a mi casa.
No me sentía bien, ¿qué había pasado? ¿Puede cambiar tanto una cultura a la otra? Eran preguntas que se planteaban en mi clase el año pasado cuando llego a mi escuela un nuevo niño, creo que procedía de otro sitio, ahora mismo no se muy bien de donde, pero de algún sitio de África creo recordar. Y al día de hoy lo estaba sintiendo en mi piel. Estaba navegando en un mar sin faro, todo lo que ellos hacían era incomprensible para mi. No comprendía porque no querían jugar conmigo en el recreo, ni a la hora de hacer grupos el profesor me tenía que meter de pegote con unos cuantos compañeros, a los que no les gustaba mucho mi presencia.
Al terminar la clase y salir todos los ojos de las madres se centraron en mí ¿Por qué me observaban? No era capaz de asimilar todos lo que me estaba pasando. Y mientras volvía me senté en un banco, cavilé sobre el trato que recibían las personas distintas a lo estipulado. Y llegué a diversas conclusiones. Que las personas son etnocentristas, que ven su cultura como la mejor y las demás las desechan, como me había pasado a mí ese día en clase, no teníamos en cuenta que ante todo eran personas que tenían los mismos derechos, que por ser diferentes no debían ser excluidas sino que había que recibirlas con los brazos abiertos porque también tienen cosas que aportar, ideas, valores, tradiciones, que al contrario de amenazar nuestra propia cultura lo que hace es enriquecerla.
No creo que alguien pueda ser mejor que otro y por tanto que una cultura pueda ser superior a las demás. Tenemos que llegar a un punto de equilibrio, donde se vayan adaptando recíprocamente. Y en la escuela más aun, ya que, las personas parten de lo que les enseñan, y se van formando como personas gracias a los educadores, de los valores que se defienden en el aula, de las actitudes que se demuestran a los demás.
Aunque tal vez, el hecho de parar todo el desarrollo de la clase por mi no hubiera estado bien por mis compañeros, pero si hubiera recibido apoyo me hubiera ayudado a integrarme mejor.
Después de esto, me levante y me fui directa a casa, la mujer que limpiaba ya me habría hecho la comida, aunque ahora ya no sería una mujer sino que seria Ayelen, la persona que nos apoyaba y la que nos había ayudado tanto tiempo.
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